Más de medio siglo dedicado a la literatura: escribir es su vida. La obra de Armando José Sequera, inspirada en hechos cotidianos como inusitados, en el universo caraqueño –su ciudad de origen– o en su imaginario, enrumba a niños, jóvenes y adultos en una travesía hacia el encuentro consigo mismos.

Hace algunos años, Armando José Sequera merodeaba por las calles de Maturín buscando un lugar donde almorzar. Ante sus ojos –y el rugir de su estómago– apareció un letrero que decía: «Coma aquí como en su casa. Comida de la abuela». El aroma a verduras y caldo azuzó su olfato, guió sus pasos. Entró.

Una señora, vestida con gorro y delantal, lo recibió amable. Él le explicó qué le apetecía. «Nada de carnes, soy vegetariano». Ella le ofreció una variedad de combinaciones. «Pase adelante, mijo, no hay problema». Él se quedó leyendo la prensa, ella se entregó a la cocina. Cuando por fin salió, le llevó a la mesa no un plato sino una bandeja y se sentó junto a él. Armando José, sorprendido por la cantidad, no dudó en agarrar el tenedor y comer.

En las pausas entre cada bocado la señora, que seguía a su lado, le ordenaba: «Mire, pero no es que me va a dejar el arroz, cómase las papas oyó, me hace el favor y no me aparte los aliños». Tras esas frases constantes, entendió que el cartel de la entrada no se refería sólo a la sazón. Estar en aquel restaurante era igual a comer con su abuela: si no quería un pescozón, tenía que comérselo todo.

Ese pequeño episodio es apenas una de las tantas vivencias registradas en su memoria. Las historias que le cuentan, los hechos que observa a su alrededor, lo que sueña, lo que imagina y lo que lee son pequeños trozos sobre los que ha erigido el tinglado de su obra. «Yo tengo una fortuna y es que soy una de esas personas que llaman sucedido», asegura. Un término que define a todo el que es testigo de acontecimientos inauditos y protagoniza situaciones cómicas en ocasiones. «Hay personas a las que no les pasa una cosa sino una vez al año, a mí me pasa a veces hasta una o dos al mes».

Y no se trata únicamente de que le sucedan, es que sus sentidos están afilados, atentos al entorno. Esa misma curiosidad la lleva a sus libros, en los que, valiéndose de las conversaciones en el metro, los ronroneos de su gata, las noticias inauditas en la prensa y hasta de los dientes nuevos de su tía, ofrece una imagen viva de la cotidianidad en sus páginas. «Yo lo que procuro de alguna manera es hacer que el lector descubra que es importante ser curioso».

En su oficio de escritor –y también de periodista–, intenta que cada uno de sus hallazgos calce como una pieza en ese rompecabezas gigantesco que para él es el mundo. No se queda quieto. Si alguna vez le dijeran: «Esto no tiene respuesta», ahí mismo se fajaría a buscar. «Yo he sido curioso toda la vida y espero seguirlo siendo hasta después de muerto».

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Armando José Sequera sobre la escultura «Helping Hands», de Shane Gilmore (Catedral de Ennis, Irlanda).

La identidad en la literatura

La obra de Armando José Sequera abarca más de 70 libros publicados y el reconocimiento tanto en el país como en el mundo. Evitarle malos pasos a la gente (1982), Teresa (2001) y Mi mamá es más bonita que la tuya (2005) son algunos de sus títulos, y todavía le quedan unos cuantos por publicar; él escribe sin cesar. «Yo creo que lo ideal es escribir porque uno ama escribir. En mi caso, escribo se publique o no se publique».

Si las creaciones de los autores quedasen engavetadas –asevera– sería como meter un mensaje en una botella y nunca ir al mar, por lo que el destinatario jamás va a recibirlo. Es por ello que, como alternativa para combatir la dificultad en publicar, está impulsando Caravasar Libros, una editorial digital donde publicará sus libros y los de otros autores. «Porque me parece que, si uno ya se tomó el trabajo de escribirlos, y no hay interés en cuanto a que se vendan, hay que procurar que estén disponibles para que se puedan leer».

¿A qué responde la literatura que se está haciendo en Venezuela?   

El ambiente político actual ha generado en la mayoría de los autores una búsqueda de saber quiénes somos, cómo llegamos a serlo y por qué. Las lanzas coloradas de Uslar Pietri era una búsqueda; y en ese sentido las obras de Mariano Picón Salas y de Mario Briceño Iragorry en el campo del ensayo; y la poesía de grandes autores como Ramón Palomares, Gustavo Pereira, Rafael Cadenas, porque los humanos no somos seres aislados, sino que formamos parte de un entorno. Y en este momento, hay casi un boom de la literatura fantástica y ciencia ficción. Uno diría: «Mira, están evadiendo la realidad», pero precisamente la ciencia ficción más pura era una búsqueda de respuestas. Así fue en autores como Orwell o Bradbury. Más adelante llegará la reafirmación de esa identidad de los venezolanos. Por ahora: la búsqueda.

Él mismo no se excluye de esa búsqueda, y refiere su novela La comedia urbana (2002), que está conformada por 720 historias de todo lo que la gente decía, situaciones que él veía o le contaban, recolectadas durante 21 años en torno a Caracas. «Terminó siendo un retrato de la Caracas de los años 90 del siglo pasado y es también una búsqueda de identidad, no a través de la historia, sino un poco de cómo el ser humano venezolano se inserta en la búsqueda de la venezolanidad dentro de la humanidad general».

¿Y qué es la venezolanidad?

La venezolanidad no es algo inmóvil, inmutable, la venezolanidad cambia. Ser venezolano hoy es de una manera y dentro de 50 años será de otra. Dentro de la misma identidad venezolana coexisten muchas formas de ser. Uno mismo lo logra determinar o apreciar al ver un andino venezolano que se parece más a un andino colombiano que a un caraqueño o a un llanero. Dentro de la misma venezolanidad hay como pequeños espacios, pero entre todos tenemos cosas comunes. Esa suma total es lo que viene dando la venezolanidad.

Mosaico de mosaicos

Escribir es la vida –o la mitad de la vida– de Armando José. «Y vivir para poder tener material para escribir». Aunque su trayectoria literaria se remonta a su adolescencia, a sus 63 años se considera a sí mismo un aprendiz. «No soy experto en absolutamente nada, la gente cree que sí, pero yo sé que no. Y no me quiero engañar a mí, ni quiero engañar a nadie».

Cada libro que acomete pretende ser un libro distinto. Un nuevo reto que asume cual escritor primerizo, con la ventaja de la experiencia, que le permite afrontar problemas generados por el propio libro o la investigación en relación con lo que busca decir. «Pero lo más curioso es lo siguiente: siempre he tratado de escribir lo más claro que se pueda, no he sido un escritor que quiere que lo vean como un intelectual; no, no, yo soy simplemente un albañil o un obrero de la palabra».

Y en el proceso de creación se compara con aquel personaje de Jorge Luis Borges que aparece en el epílogo de El hacedor (1960). Un hombre que se propuso dibujar el mundo y a lo largo de los años pintó provincias, calles, reinos, montañas, edificios, islas, naves, peces, carros, árboles, caballos, astros, personas, todas piezas aglomeradas en un gran mosaico. Cuando finalmente miró el lienzo, descubrió que cada trazo delineaba su propio rostro.

«Creo que los libros y los textos que uno hace terminan siendo retratos de uno a la vista de todo el mundo. Justamente es lo que me doy cuenta que ha sido mi obra. Y si la gente de alguna manera quiere saber quién soy, simplemente con leerme lo descubre».

 

 

Esta entrevista estuvo a cargo de la periodista María Laura Padrón.  El header  fue  realizado por  Samoel González  Montaño, a  partir de la escultura «Arch of Hysteria», de Louise Bourgeois